Hay un fuego

   El aura de lo presencial existe. Hay aromas, sabores y tactos que solo se viven in loco. Hay una conexión neuronal en presencia que no puede darse mediada. Y hay, sobre todo, una comunión de colmena al vivir todos juntos y al mismo tiempo esta epifanía continua.

Quisiera quedarme en la fe y esquivar la idolatría pero no hay manera de salirse del lenguaje religioso para hablar del viaje a São Paulo. Lo siento, yo no hago las reglas. 

Pienso en el tour y pienso en pasión (como apetito), en adoración (como afición amorosa) y en llama (como calor). Y ahí pienso en fuego (volvimos ardidos), en fogones (las charlas que tuvimos), en combustión (encendimos el motor para seguir) y en cocina (empezamos a trazar nuestro plan maestro). Y entonces pienso en avivamiento que, como la acción de avivar -al contrario de la pasión pasiva-, es un ejercicio del hacer, una ejecución, un proyecto. 

Visitar la obra de arquitectura moderna impulsada principalmente por la escuela paulistana, pero también por artistas como Lina Bo Bardi o Niemeyer, es de un avive sin vuelta atrás. Conocer la diferencia y la continuidad del programa al proyecto solo puede hacerse al pasar del mapa al territorio. Es la posibilidad de tomar dimensión y ver mejor. También lo es perderse y navegar esas plantas extensas de concreto, con iluminación cenital, con rampas, con escaleras, con ascensores y sin puertas de entrada como una gran bienvenida a todos. Como dijo el mismísimo João Batista Vilanova Artigas sobre los edificios paulistas “son la espacialización de la democracia donde todas las actividades son lícitas” incluso parar o leer porno*. O verlo en vivo: pisos enteros suspendidos, c o l g a d o s, sin columnas internas, sin interrupción, avalando el flujo, impulsando el movimiento.

La modernización técnica de la construcción civil con el hormigón armado y la racionalización del diseño es un modelo que permite la reproductividad y el crecimiento a gran escala pensado y construido desde Brasil para Brasil y su gente. No es solo una búsqueda técnica o estética, es un proyecto para el desarrollo nacional. Y los arquitectos de la escuela paulistana son profesionales al servicio de este plan y, por supuesto, de su país. 

Como me ha dicho Carlos Maslatón esto no ha sido un tour. Agrego yo: ha sido un avivamiento.

Gracias, Ale, por el avive.


*En una de las bibliotecas públicas dentro del Parque Villa-Lobos hay una ludoteca que además de cyber tiene sala de lectura para mayores de 18 años, es cerrada pero vidriada, y cuenta con publicaciones editoriales para adultos. O sea, digamos, porno. 

Nos quedamos modernos*

 La modernidad, se titula en un libro de Baudelaire, es lo transitorio, lo fugaz, lo contingente. Es claro que el tipo no llegó a São Paulo ni besó el hormigón. Acá lo moderno es para siempre, que es lo mismo que decir para mil años. Es lo contrario a fugaz. Es una piña en la cara que te despierta del sueño líquido, del vamos viendo, del ni si ni no ni blanco ni negro. Acá hay blanco, hay negro y hay rojo. No hay explicación por sobre la obra que valga más que verla. “La arquitectura se conoce in loco (a mi, sobre el arte, me gusta decir en presencia), solo la experiencia de la visita permite la real comprensión del contexto urbano, de la escala, de la luz, los sonidos, de la expresión plástica de los materiales y hasta de la percepción de las personas que viven el espacio”, así lo dice Fabio Valentino en “Una guía de arquitectura de São Paulo”, librazo que nos ha regalado a todos el profesor Ale Csome. 

Es tan potente y tan sublime acá la arquitectura moderna que aún no la han superado. Así lo ha dicho el Vicedecano de la FAUUSP, Guilherme Teixeira: “Nosotros nos quedamos modernos”. Nadie tuvo el tupé de romper lo bueno (por lo menos no todo). Hay reinterpretaciones, claro, pero no revisionismos constantes. Hay arreglos, intervenciones, disponibilidades, intenciones y hábitos en torno a esta tradición. Y es como si también hubiese una acuerdo tácito y colectivo en que eso es el fundamento desde donde se parte. Y lo celebro. Lo admiro. Admito la envidia. Me río un poco porque son ellos los RES NON VERBA que tanto creí propio, local, argentino. La gente canta, baila, bebe y hace. Hace edificios enormes en hormigón, muchos abiertos, en parte, al público en general, algunos con piletas en el último piso, otros con canchas de parquet impecable, consultorios de odontología y teatros para miles de personas, para todos. Un rabbit hole del que hablo en otra nota, los SESC.


Baudelaire también dice que es tarea del arte volver permanente esa belleza fugaz. Y vaya si lo hace São Paulo. Esa bruta belleza urbana que es la escuela paulistana de arquitectura. Todo lo contrario al elogio del maquillaje es la puesta en escena del hormigón como material, donde la estructura es protagonista y rompe un contexto enorme, verde y selvático. Son edificios sublimes, transitados, vivos. Son unos monstruos gigantes y espectaculares de color gris con corazón blando. Llenos de gente. Una multitud que tiene de sobra espacios de reunión y congregación. Espacios de cobijo, de sombra y refugio. Espacios de lazer. Como si fuese lo contrario a lo opresivo que bien describe ese poema de Baudelaire de la ñata contra el vidrio y los ojos grandes y abiertos como portones para carruaje de gente que quiere habitar espacios bellos y vedados. Una belleza que no procura temporalidad sino la trascendencia, como lo clásico.


Lo colectivo acá hace a lo individual y la arquitectura está al servicio de eso. Una arquitectura que cumple con su tarea de hacer menos horrible el universo. Si alcanza o no es otra discusión para expertos. Lo que hay que entender es que São Paulo es una megalópolis donde quedan obsoletos los parámetros propios para dimensionar la escala.  




*hay, claro está, una licencia poética en esta mezcla de etapas históricas y movimientos artísticos.

Non ducor duco*

 Acá todavía es de noche

Ayer no caminé tanto así que no puedo seguir durmiendo

6:30 ahora mismo

6:23 cuando vi el reloj

Vengo de días de soñar mucho (dormida), muy vívido, muy violento. Pienso que tal vez el shock de información haya alterado al cerebro y esté en modo alerta y en modo ataque como si la pasividad del día (cintura para arriba) con tanto input lo vuelva loco de noche. 

Locura es São Paulo. São Paulo no para. No puede darse el lujo de parar. Para eso está São Sebastiao. O así dice el dicho popular. Y refiere a Río de Janeiro, porque São Sebastiao es su patrón. Una pica que se repite en otras latitudes entre quienes viven del mar y la playa y quienes trabajan en las selvas de cemento. 

Dos santos que sin embargo tienen muchos puntos de contacto. Como cualquier dúo con una atracción fatal. Son mártires, son metrópolis, son famosos, vienen de Roma y del inicio de la fe cristiana, de la cual fueron gran testimonio por ser fieles a Cristo. Ese enorme que se levanta entre los morros cariocas y se mezcla en las iglesias brasileñas que aún quedan para su veneración. 

Sebastián no era su nombre sino su rango en las huestes del emperador Diocleciano. La ciudad carioca fue arrebatada a los franceses en su día, en una fundación castrense. São Paulo, en cambio, celebra su aniversario en el día de la conversión del santo, el día elegido para inaugurar la municipalidad. Una fundación planificada, institucional y jesuita. 

“Deixe a esquerda livre” como un mantra que se obedece a rajatabla en cada escalera mecánica paulista. En São Paulo se puede hacer de todo: sambar un domingo de madrugada, viajar sin cinturón, pasar los semaforos en rojo de noche, pero no se puede bloquear la escalera mecánica. Es un acuerdo social para moverse. Es un fundamento. Porque São Paulo no para. No puede parar. Es la única ciudad del Brasil que fue bombardeada. Tiene un cráter de meteorito de 200 metros de diámetro. Tiene 5200 panaderías. Más de 110 museos, 40 centros culturales, 80 bibliotecas, 280 salas de cine y 160 teatros. Un arte callejero incontable. La mayor oferta cultural de Latinoamérica. 


A São Paulo no la conduce nadie, Saõ Paulo conduce.



*"No soy conducido, conduzco" es el lema de la ciudad de São Paulo, divisa que acompaña el blasón de un brazo armado (el brazo de la conquista, el brazo bandeirante expedicionario, abrecaminos y lusitano) que empuña una espada. Símbolo de la ciudad desde 1917 cuando fue elegido por concurso público.


De la espera en aeropuertos

Abrí la valija para ponerme una bikini en el baño y adelantar el trámite del mediodía en el mar. Pero me encontré sin abrigo. La esperanza del calor playero me hizo olvidar lo frigorífico que pueden ser a veces los aeropuertos.
No hay un hueco sin ventilación helada. Ni un asiento. Ni un café.
No sé qué temperatura hace afuera, del otro lado de las puertas automáticas. No pienso pararme a averiguarlo.  Cuanto más bollito me hago menos frío siento y creo que voy a contorsionarme hasta las últimas consecuencias: quedarme dormida, no escuchar el despertador, perder a Silvia.
Si tan solo se pudiera dormir con frío. Miro el reloj y vuelvo a mirarlo y compruebo inútil que el tiempo no pasa, o por lo menos, lo rápido que quisiera.
Decidimos venir así, separadas, para aprovechar las millas acumuladas de trayectos anteriores. Solo quedaba un vuelo disponible para que eligiera: el de las 4 am. Por supuesto no dormí antes por miedo a quedarme dormida y no llegar al Aeroparque. Y tampoco estoy durmiendo ahora con el sueño que tengo. 
Reviso de nuevo la valija y en un rapto de desesperación me armo con lo que tengo un abrigo digno de un hippie y qué me importa a esta altura parecerlo. Me pongo primero un pareo en las piernas; una toalla en el cuerpo y dos remeras abrigando el cuello. Saco además una pila de ropa y la acomodo, a modo de almohada, al final de un banco -que en realidad no es un banco sino tres asientos juntos aunque separados por el apoyabrazos. pero nada, a esta altura, va a impedirme el sueño.
Me dispongo en total ridículo a dormir un rato. Sigo con mucho frío pero me pesa la cara del cansancio así que pongo el despertador y dejo el celular bien pegado al pecho para escucharlo sonar.
Siento como el cuerpo deja de resistirse a todo y justo en el momento exacto que cierro los ojos sin esfuerzo y abro levemente la boca para empezar a babear me vibra el teléfono.
Cómo puede ser si no tengo señal, pensé. Pero parece que sí, parece que el celular, “smart” -hasta ese día pensé que el smart era por la elegancia- recordaba la clave del wifi de otro paso por el mismo aeropuerto.
Un mensaje de Instagram. Porque por supuesto que abrí los ojos y chequié qué era lo que hacía mover el aparato. Confieso que en un principio desistí, fingí no ser la adicta al celular que soy. Un minuto me duró. Ni si quiera puedo decir con certeza que fueron 60 segundos.
Un mensaje de Instagram que era una reacción una historia que subí antes de meterme al avión. Qué desgracia las notificaciones. 
Enseguida le saco el wifi al celular y  me anoto en la mente un recordatorio para sacar también las notificaciones.
Voy a dormir. Es mi momento. Quedan dos horas hasta que llegue Sil. 


Por partes

Nos dejamos por partes. Nos fuimos separando de a pedazos.
Primero dejamos de pasarnos el jabón. Nos pusimos de acuerdo en que bañarse de a dos era un estrés innecesario y que el momento de la ducha, como ritual de descanso para la mente y el cuerpo, es íntimo y sagrado. Lo cual, por otra parte, es cierto.
Después dejamos el saludo con abrazo largo de frente -conocido también como panza con panza- y lo diluimos en un beso corto y apurado. Como tiene que ser pues la urgencia laboral ataca en la mañana y la intestinal, a la vuelta del trabajo. 
Casi sin darnos cuenta cada uno eligió una pose tal para la cucharita nocturna, digna de acróbata de circo de pueblo, que lo más sensato, a la vista de cualquier hombre de a pie, era dejar de hacerla. Aludiamos a los dolores que causaba en brazos y trapecios ni bien nos decíamos buen día. Y prometíamos con entusiasmo buscar otra forma de contacto lo antes posible. Una que se ajustara a las necesidades del capitalismo actual, el salvaje, ese que te requiere ver la serie de turno, contarlo en las redes sociales, y descansar -rivotril mediante- para rendir al día siguiente en la oficina. Rosarnos a la altura de los pies con el dedo gordo era, sin lugar a dudas, la mejor opción. Fue entonces la que adoptamos.
Nos asombramos con una tranquilidad madura de nuestras coincidencias y pronto, lo sabíamos, iba a triunfar la idea maestra de las camas separadas.
Muchos juegan a extrañarse para poder quererse pero nosotros sabíamos que nos queríamos y solo buscábamos ser prácticos. 
Elegimos un baño de la casa cada uno y nos pusimos horarios para no estorbarnos en el desayuno. Y luego en la cena. Que cada uno comiera lo que quisiera y cuando lo quisiera. Por qué imponer horarios o platos extravagantes al paladar ajeno. 
Limitamos los encuentros extendidos a los almuerzos de los sábados. Uno cocinaba, el otro levantaba. Cada uno miraba su celular y comentaba, sin escuchar, las noticias que iba recibiendo. Éramos casi un matrimonio. 
A decir verdad nos faltaba cria. Pero para engendrar a alguien sabido es lo necesario del contacto. A esta altura un exceso sin necesidad. Una pérdida de tiempo, de energía y de limpieza. 
Agendamos algunos encuentros que enseguida con felicidad y acuerdo desistimos de tener. Porque la autonomía es también poder leer un rato la novela que elegimos o jugar una partida de las cartas preferidas antes de acostarse. El sexo está, aunque nadie vaya a decirlo pero muchos lo pensemos, sobrevalorado.
Por lo menos el sexo con la persona con la que se convive. Cuánto más cómodo y necesario es la escapada a un hotel alojamiento de microcentro en el horario de almuerzo para descomprimir la presión de un jefe que agota y drena cada partícula de vida que tenemos. Y si es con alguien del trabajo pues mucho más eficiente. Dos personas relajadas en la oficina dispuestas a dar lo mejor a cambio de dos pesos. Milei estaría orgulloso.


Negro

El peligro de abrazarnos hasta parar el mundo y ser un solo corazón, un solo ritmo una sola respiración.

El peligro de querernos vencidos por el sueño y el calor de nuestros cuerpos y ser un solo latido, un solo juego, solo una confusión de brazos, piernas y manos. De fuentes de aromas, de flores y cielos. De horas y días que pesan y pasan.

Abrigás como sol de montaña,

Me parece que estás dormido aunque amanece del otro lado de la ventana y un gato hace las veces de alarma. Me parece que estás soñando con dragones y batallas y tu mueca arrugada se ablanda por fin en una sonrisa que me ilumina la cara.

No sé tu nombre pero sí tus miedos.

Noventa grados


Veo girar el tambor y siento cómo lentamente se va achicando todo hasta desaparecer. Lo último en irse, intuyo, será el buzo blanco, corto pero pesado. Y lo primero, sin duda, la tanga roja, tan estridente como mínima.

Siento también el calor. El calor sobre el algodón como una sábana recién planchada que te envuelve, suave, a la hora de dormir. La toalla caliente que te abriga en el tramo de la ducha ya cerrada al piso frío del baño en invierno. 

Creo que quiero meterme en la máquina , creo que quiero secarme hasta desaparecer en medio del calor que no quema ni duele y huele al campo de flores que nunca conocí.

Tengo la sensación de estar adentro de un tren. Tiene un ritmo constante y el ruido justo para adormecerme hasta llegar a destino. El movimiento ideal para aflojar cada músculo de mi cuerpo. 

Es un sillón masajeador gigante, de los que hay en los aeropuertos. Ponés monedas, elegís un programa, le das play. Es un cd estimulante. Es un viaje. Siempre es un viaje. Un trayecto. Es el paso, de un estado a otro de un Estado a otro.

Aunque pare. Parar es un momento. Lo constante es mover(se), transformar(se)

Luis Elías Sojit, de las redacciones a la Torre Mágica*

Murió el 21 de julio de 1982, siete años antes de que yo naciera, pero eso no impidió que llegara a conocerlo. “¿Sojit? ¿Tenés algo que ver con los Sojit?” y en general respondo que depende porque no sé qué me van a decir. A los más grandes les adivino la nostalgia en los ojos brillosos y un gesto en la boca que esconde una sonrisa y entonces enseguida les digo que soy nieta de Boris, el hermano de Luis Elías. “Coche a la vista” “Hoy es un día peronista”, me dicen sin darme tiempo a terminar de explicar la relación de parentesco. Y yo los dejo hablar porque lo que importa es su relato, porque es así como lo conozco a Luis Elías, como conocí a mi abuelo, por relatos e historias contadas por otros.

Luis Elías nació el 7 de mayo de 1910  y tan solo once años después ya trabajaba en el diario La Argentina, haciendo la “pegatina”: recortar los otros diarios, seleccionar los temas y estar en el taller a la hora del cierre para rellenar lo que faltaba. Tuvo que esperar a tener 14 años para publicar su primera crónica internacional de fútbol sobre el 1 a 0 de Uruguay a Argentina, jugado en la Bombonera y suspendido por exceso de público. A los 17 años ya escribía para El Gráfico, El Mundo, Crítica, La Vanguardia, La Razón y La Calle, cinco diarios y una revista, en todos con nombres distintos para no ser descubierto. Algo que sostuvo hasta que su jefe de El Mundo se enteró y entonces, pelea mediante, lo despidió. 

En 1933, con 22 años, transmitió, de la mano de Julio César Marini, su primer partido de fútbol del campeonato de segunda de ascenso, Independiente vs Gimnasia y solo dos domingos después relató un partido de primera.  Ese mismo año y por una pica entre radio Belgrano y radio Splendid se vio obligado a transmitir una carrera de autos para esta última emisora, nada menos que el primer gran premio del país Buenos Aires- Chaco. Así llega a su gran pasión, la transmisión automovilística.

De radio Splendid pasó a radio Belgrano, propiedad de Jaime Yankelevich, para la cual transmitió las 500 millas de Indianápolis desde un hotel que quedaba a 70 kilómetros del circuito porque no lo dejaron entrar, radio Splendid había comprado la exclusividad de la transmisión.  En esa época era, además, jefe de deportes de Caras y Caretas, donde escribió bajo el seudónimo de Tijos (Sojit al revés).

A comienzo de los años 40, Luis Elías conoció a Juan Domingo Perón, Evita mediante, en Radio Belgrano. Y fue bajo la presidencia del líder peronista que pudo desarrollar sus proyectos periodísticos más destacados: en 1948 transmitió durante 73 horas seguidas el Gran Premio de la América del Sur que unió Buenos Aires con Caracas; popularizó  las carreras de Turismo de Carretera; transmitió los cinco campeonatos del mundo ganados por Juan Manuel Fangio; dirigió la Agencia Periodística Argentina; y editó la Gran Enciclopedia de Oro del automovilismo. 


Su frase “Coche a la Vista” volvió a nacer como nombre de un panfleto para ser luego una revista que se publicó desde 1947 gracias a un préstamo de Aníbal Troilo. Creó la Corporación Deportiva Sojit junto a sus hermanos Manuel, Córner, que se dedicó a las transmisiones de fútbol y Boris, Míster, mi abuelo, que transmitió y escribió crónicas de boxeo. Fue con ellos con quienes tuvo que exiliarse, primero a Estados Unidos y luego a Brasil, tras la Revolución Libertadora.


Además, transmitió yacht, tenis y ajedrez. Participó de las películas Fangio, el demonio de las pistas, con Juan Manuel Fangio y Armando Bo,  Segundos afuera, donde también actuaba María Eva Duarte de Perón, y Campeón por una mujer. Y entrevistó al presidente de los Estados Unidos, Dwight Eisenhower.

Su vida fue, anécdota más, anécdota menos, una aventura, como cada uno de sus relatos dentro y fuera de la radio.

*La Torre Mágica fue el “lugar” desde donde transmitió en épocas en que el apellido no podía ser nombrado por estar asociado al peronismo.


Tilcara

Pagamos por la vista nocturna llena de estrellas.
Pagamos por acostarnos y ver por la ventana el cielo negro salpicado de puntitos blancos de neón.
Pagamos pero el vidrio está sucio y las lámparas de los vecinos prendidas.

Llevo la almohada hasta los pies de la cama y me quedo corta así que llevo también la almohada de Juan y ahora, elevada, encorvada, con la espalda torcida y el cuello que me va a doler mañana veo por fin, doblando la cabeza a la izquierda, una estrella enorme por la ventana lateral.

No sé si titila o si yo pestañeo muy rápido.
No sé si se apaga de golpe a cada segundo y se enciende al ritmo del latido de mi corazón caminando a 4500 metros de altura.
No sé si está muerta y la distancia me la muestra aún viva.

Volar

El avión despega, en silencio, las luces apagadas, es de noche, subo la ventanilla y es lo que más disfruto mientras me alejo del suelo, de la seguridad del suelo, de lo conocido, de lo transitado, de lo que no puedo escapar para siempre. Entonces, decía, subo la ventanilla y miro, cada punto de luz que se achica para mezclarse con otros y como lentejuelas del traje de un murguero unidos dan forma a lo que sea, a algo. Juego, adivino, van mutando y juego de nuevo. Me divierto por lo exiguo del momento, dura a penas unos minutos hasta que se funde todo en un negro profundo que, a veces, como si fuera magia, se empieza a salpicar de estrellas.

A tu medida

Como si me hubiese convertido en su mujer antes de que sea mi marido. Como si no pudiese ser su amante además de la madre de sus hijos.
Conmigo la responsabilidad. Conmigo el deber ser, la necesidad. Conmigo la vida, la luz del día, el té. Conmigo la actitud recta, el equilibro. De ciertas cosas mejor no hablar, conmigo.
Conmigo hacer el novio, pasear el perro, dormir temprano y separados.

Como si me tragara el vidrio, como si no entendiera, como si fuese tonta, como si fuera ciega.

Como si el amor no fuera eso que te voltea la cabeza, que te la da vuelta, que te la hace mierda.
Como si el amor fuera la medida justa, la tranquilidad eterna, reafirmar todo el tiempo lo que hacen, repetir todo el tiempo lo que dicen.

Doble ve de cuarenta

Persianas levantadas, puertas de vidrio, marcos de hierro y ROTISERIA escrito en rojo en la ventana de la izquierda. Lo de Juan se lee abajo en negro. Desde la calle pueden verse algunas mesas de caño y melanina con servilleteros de metal de esos que tienen servilletas que no secan, ni absorben, ni limpian y que tampoco sirven para escribir números de teléfonos porque la tinta resbala.

Lucía está sentada contra la ventana de la derecha en la única silla que da a la calle. Pidió un cortado y hace que lee el diario pero no lee, nunca lee, nadie lee. En cambio, piensa, imagina, delira con cosas que no pasaron pero que podrían haber sido si por hache o por be Zeta no hubiese hecho equis cosa.  Trama historias que no fueron al punto tal de perderse entre la realidad y su fantasía y entonces, no me ve. 


Al principio le hago señas sin recibir señas de vuelta pero no es hasta que me acerco unos metros que reconozco su cara, esa cara de ida, yo le digo que es de soñadora pero no lo soporta, menos que le diga que está en la luna de Valencia, así que le digo cara de ida. Cara que no veo hasta estar cerquita porque me aumentó la miopía pero no llegué a actualizar los anteojos; tampoco creo que llegue, no este mes, ni el que viene.


Me gusta mirarla así, desde lejos, sin que me vea, pensando en qué piensa, con los ojos fijos pero a la deriva como si estuviese viendo una película de un cine invisible para el resto del mundo. A veces espero a que me mire, a que reaccione, no quiero interrumpirla, es como despertar de un sueño a alguien, como cortarle la explicación de una buena idea o pedirle que te explique un chiste.  


Más que un juego, esperarla, para mí, es un ejercicio; pongo a prueba mi ansiedad, mi necesidad de decir sin saber si el otro quiere escuchar. Freno, respiro, encuentro algo de tranquilidad en su quietud distante y sé que es la mejor manera de abordarnos, de poder hablar.  


Cuento hasta cien y camino hasta la ventana donde ya a esta hora pegan los últimos calores del sol de otoño. Y entonces, veo como Lucía deja su mundo y se conecta con otro, este, donde el chirrido de metal de una puerta sin doble ve de cuarenta anuncia mi entrada al bar.

Gonnet, Manuel B.

A la tarde, después del almuerzo, me llevaron por primera vez a la República de los Niños, un parque temático y educativo construido por Evita y Juan Perón en los años cincuenta cuando El General Perón gobernaba el país y sancionaba una nueva constitución y ampliaba los derechos sociales y construía una casa cada ocho horas y cuando nacía un nene o una nena le mandaba una carta para decirle que tenía asegurada la educación y la salud.
Al final del día, después de pedir un deseo en la fuente -que se cumplió porque Perón cumple- después de entrar al museo de muñecas, de subir al tren fantasma y a la calesita, de ir a los autitos chocadores, de sacar fotos, de ver el atardecer, de comer panchos y pochoclos y garrapiñadas y gaseosas, para cuando estábamos listos para dar por terminado el paseo, nos sentamos en el piso de una cancha y miramos un rato las estrellas. 
De lejos llegaba el sonido de los juegos mecánicos iluminados y parecía una feria de esas que vemos en las películas de afuera con los puestos de kermes para tirar cosas dispuestas en estantes y ganarte osos de peluche enormes y comprar algodones de azúcar y comer helados de colores y subirse en vestido a la rueda de la fortuna y que se quede arriba y que el chico que te gusta te de un beso y que los de abajo aplaudan.

Hablemos sin saber. Hoy: El amor y las redes sociales, una aproximación psi

EL DUELO
Tu ex a un click


Con las nuevas tecnologías tenemos todo al alcance de nuestras manos, más aún si están cerca del mouse. En la red encontramos todo, hasta lo que no queremos ni ver o, lo que es peor, queremos ver aún sabiendo que no nos hace bien. Ahí está, el mundo, al apretar y soltar un botón.


Medio siglo atrás Freud escribió una vasta bibliografía sobre sus teorías psicoanalíticas. Allí problematizó la relación del sujeto con sí mismo y con el mundo. El mundo, que es amplio, hoy también incluye un submundo: la web 2.0. Con la aparición de nuevas tecnologías, que con el tiempo pasan a ser viejas, aparecen nuevos fenómenos pasibles de ser estudiados, tanto a nivel individual como social. Las redes sociales son un ejemplo de tecnologías innovadoras que producen nuevas prácticas.

Hace menos de diez años, si uno cortaba una relación lo más probable era que, a menos que se animara a levantar un tubo, discar, esperar el pulso, no cortar (por cobardía o cansancio) y finalmente encontrar del otro lado del teléfono a esa persona que hasta hace poco era "su amor"; nunca más volviera a saber de la existencia de su ex. Hoy, por mucho esfuerzo que alguien pueda poner para realizar un duelo a la distancia y concluirlo recanalizando las energías libidinosas antes puestas en su objeto, lograrlo tiene un condimento extra.

Si lo tenés en Facebook a tu ex, a su familia, a sus amigos, podés eliminarlos, bloquearlos. Eso sería una opción. Si lo seguís en twitter podés hacer todo eso, lo que no implica que por un retweet te llegue algo que no querías leer. Pero, ¿qué pasa con esa persona que se moría de ganas de levantar el teléfono pero que cortaba antes de ser atendido por miedo al otro? Bueno, ahora, uno no tiene ni que discar, apretando un solo botón llega al otro, lo ve, o ve lo que el otro le deja ver, pero la presencia del objeto en las redes es, está. Además, el otro al que estamos mirando, nunca se entera de ese click para espiarlo o, como se dice ahora, stakearlo, seguir sus movimientos. El anonimato de las redes y la facilidad de tener todo adelante, rápido y sin esfuerzo, nos hace caer de manera constante en la tentación de volver sobre el objeto y no nos deja darle un nuevo rumbo a nuestra libido.

Hablemos sin saber. Hoy: La problemática del diseño, del programa al proyecto


“La producción en Diseño supone dos momentos distintos: el momento del programa de diseño y aquel que lleva el programa a la práctica”[1]. Es decir, los momentos del pensamiento a la forma y, para eso, hay que tener cierto dominio. Según Savransky “No se consigue el dominio de la forma mediante un proceso informativo ni de carácter teórico sino de carácter eminentemente práctico (…) con la liberación de la capacidad expresiva de modo que la mano eduque la visión y la visión a la mano.”[2] De modo que, lo que interviene es el cuerpo, un cuerpo que es, tanto para Merleau Ponty como para Bourdieu, centro de las prácticas.


Para el filósofo francés el cuerpo como esquema corporal es un sistema práctico en el cual los órganos están envueltos unos en otros formando una totalidad más completa. Es un cuerpo vivo que habita el aquí y ahora en un tiempo-espacio; instituye el sentido en la actualidad. El pasado para Merleau Ponty se hace en el presente como disponibilidad de lo posible, el sujeto lo recrea en cada experiencia, es donde toma sentido pero no determina las prácticas de la situación. El momento presente contiene en su interior el pasado inmediato y por eso hay una capacidad de anticipar el futuro y de hacer algo espontáneo por habituado. Así, para este autor, no hay determinación del programa en el proyecto, sí hay disponibilidades a las que recurre el cuerpo en tanto interiorizaciones de sentidos posibles y sí hay una intención que emerge en el acto del habla y posibilita la invención.

Para Bourdieu, en cambio, las disposiciones adquiridas históricamente condicionan las prácticas y por ende el pasaje al proyecto, donde no hay creación originaria, algo que sí es posible desde la perspectiva de Merleau Ponty en tanto los actos pasados solo son un piso para actuar. El sociólogo, al plantear una práctica como condicionada excluye la posibilidad de creación poiética exnihilo y, a la vez, considera que las prácticas tienden a la reproducción de lo ya existente, pero de una forma sistemática, no mecanicista. Esta reproducción tiene un cierto grado de libertad pero delimitada por el habitus cuya eficiencia reside en su carácter inconsciente. El concepto de habitus da cuenta de cómo el agente como miembro de una clase, perteneciente a un campo, tiene una estructura interiorizada en el cuerpo que opera más allá de la propia voluntad, que es estructurante. Este concepto “permite producir un número infinito de prácticas (…) pero limitadas en su diversidad”[3], es una limitación, mientras que el habito, concepto de Merleau Ponty, es una regularidad que permite crear algo nuevo pero no una norma que regule de manera absoluta la práctica de los cuerpos. Esta regularidad  es una construcción práctica, es una relación entre percepción y motricidad.

En Merleau Ponty la capacidad de innovación es posible en tanto el cuerpo, hacedor de las prácticas, tiene un carácter dinámico y posibilita plantear respuestas inéditas a situaciones nuevas. A la vez, el esquema corporal tiene la capacidad de sedimentación de un sentido (sin necesidad de representarlo) generador de un hábito que, al contrario de definir, potencia la capacidad innovadora.

Así, para cuando para Bourdieu hay un agente (cuerpo objeto) que tiende a repetir prácticasy reproducirlas, para Merleau Ponty hay un sujeto, que es más que una mente, es un sujeto-cuerpo que es lo que puede hacer, creador e instituyente, un “yo puedo”.

No quiera la virgen

La sombra del eucaliptus a las tres de la tarde era el mejor lugar  para dormir la siesta después del almuerzo y antes de ir a la pileta; porque no nos dejaban ir a la pileta o al sol a penas terminábamos de comer, había que esperar, había que hacer la digestión, decían. De día la quinta estaba llena de gente, venían las amigas de mamá con sus hijas, el vecino con sus amigos y hasta mis cuatro abuelos que hacían todo el viaje desde la Capital para vernos. Pero a la noche se iban todos. Quedábamos mi hermana menor y yo con mis padres en una casa para doce personas con un parque enorme adelante y un fondo de media manzana.
En nuestro cuarto había dos camas cuchetas, en ese momento el techo de la habitación me parecía altísimo y hasta podía pararme en la cama de arriba sin tocarlo. Aunque no lo hacía seguido porque las camas de arriba eran de mis hermanas mayores y les molestaba que jugáramos a tocar el techo y, a pesar de que ya no iban a la quinta,me había quedado la costumbre de no hacerlo.  Con mi hermana menor dormíamos en las camas de abajo de cada cucheta. Nos separaban veinte pasos. Si ella se dormía antes me tocaba a mí apagar la luz del escritorio que mamá dejaba un rato para que no nos diera miedo la oscuridad.

Vos

Calle. Perro. Barba. Rompevientos.
Me mira.
Puerta de madera. Cielo. Traffic. 
Lo miro.
Esquina. Flor. Superchino. La mano.
Su mano.
Balcón. Helado. Viento. Timbre y sonrío.

Una farmacia del 74. 1974
El pasaje San Mateo.
Mi tapado rojo.
Un chasquido de dedos
El beso.

La plaza donde nos vimos.
El olor a pasto depués de una lluvia de verano.
Tu perfume de tabaco
Y el perfume del tabaco, a ciruelas.
Y a whisky y a seco.

Tus miedos empañando mi ventana.
Y mi boca como un puente que atraviesa la ciudad.

Te sueño.
Me caigo.
Y vuelo.


Principio

Papá tiene custodia compartida con mamá así que sólo lo veo los sábados. Me pasa a buscar a la mañana, toca el timbre y me espera en la puerta del edificio donde vivimos con mamá. El departamento es en el segundo piso así que yo bajo las escaleras a las corridas y le grito a Petrus, el portero, que abra.  

Con papá nos abrazamos, nos subimos al auto y empezamos la rutina. Primero vamos al cementerio a llevarle flores al abuelo que lo mató un gitano en medio de una confusión; “le dejaron un agujero en el pecho” escuché alguna vez de un mayor de la familia. Fue un dolor enorme, me tomó por sorpresa, me dice papá cada vez que llegamos a la tumba. Y yo, para no ponerme triste, tarareo alguna musiquita mientras juego con las hormigas de la tierra que se pasean entre los muertos. 

Las visitas

En un caserón de Villa Devoto, un hombre en minishort toma sol en el piso de baldosas que rodea a una piscina; Susana, con gafas un poco grandes para su cara, traje de baño enterizo negro y marrón, le pide a Mirta, la muchacha que limpia, otra limonada, pero esta vez con mucho hielo, y que levante a Laura que estas ya no son horas de dormir, que pronto llegan las visitas. Cuando Mirta le trae el jugo, Susana se incorpora de la reposera, se pasa el vaso helado por la frente y lo baja hasta la boca para beber; entonces suena el timbre y Susana pide su capelina, alcanza el pareo que está en una silla contigua y le dice a Sergio, el hombre en mini short, que no es el padre de Laura pero actúa como tal, que se ponga algo decente y se seque porque llegaron las visitas, que cómo los va a recibir así transpirado y semidesnudo. Sergio se tira de cabeza a la pileta, hace un largo hasta el otro extremo, sale por las escaleras, toma una toalla de una de las reposeras y se dirige a la casa.

En la vereda hay un auto estacionado; dentro, en el asiento trasero derecho, una mujer con abanico, gafas de sol, flequillo y el pelo recogido en un rodete le indica a Alberto, su marido, que se comporte, que este almuerzo es importante para ella, que no haga ninguna payasada y que ni se le ocurra aceptar algo con alcohol. Alberto frunce los labios, mira por la ventana izquierda del auto y le hace una seña al chofer, firme junto a la puerta del caserón, para saber si respondieron al timbre; sí señor, le dice el chofer y a continuación regresa al auto; se abren las rejas automáticas, y luego el chofer maneja hasta la entrada de la casa. Allí Graciela baja con su bolso y Alberto con una caja en donde está la torta que traen de postre.

faso prendido en tu boca de domingo. un domingo de invierno en la vereda. te veo desde el 60 en un semaforo de las heras. me bajo y camino con los ojos fijos en tu humo que ahora es mio. y ya soy faso prendido en tu boca de domingo. 
tô tentando te esquecer. é mais facil pedir pra vc voltar e me levar longe. nao. é preciso te esquecer.

Entre Carranza y Retiro- Ejercicio del taller de escritura 2008

Viole tiene ese manía, canta en voz alta y no se da cuenta hasta que la interrumpen “… que mareo que ruina, y por culpa de quién, del amor de una mina…” - ¿Puedo sentarme?- Era Santi. Viole no lo había sentido. –En Carranza sube Martín, pero si querés sentate- Santi ya estaba sentado antes del pero, le importaba poco que subiera su primo en la estación que sea. – ¿Ahora te gusta Sabina? No te la puedo. ¿Y cambiaste la guitarra por un mani con música?- esa maldita costumbre del reproche le ganó a Viole, como nos gana a todas alguna vez. Santi se sacó los auriculares y los enrolló al Mp3. Esperaba que Viole hiciera lo mismo pero ella un poco a propósito y sin darse cuenta estaba tarareando Mariposa Tecnicolor con los headphones en los hombros. – ah, ¿está muy fuerte? No sé usar muy bien estas cosas. Se lo olvidó Lu en casa. - Violeta sabía quién era “Lu”, bah, un amor de cama seguro. Aparecían como estando en una “relación abierta” en el facebook y ella lo había etiquetado como en diez fotos ya –para la dama y el caballero, por solamente dos pesitos nada más. Aguja para colchón- bruja para colchón pensó Violeta enseguida -¿Lucila, la hermana de Mary?- Santi le dijo que si, y como hacen los hombres jugó a hacerse el misterioso o el soltero y cambió de tema. Empezó a hablar del nuevo libro de Dan Brown porque sabe que Viole no se lo banca. – Uh Santiago ¡que hincha que sos con ese tipo! Ya te dije, me chupa que sea o no sea ficción- y le hizo un puchero que a más de uno le hubiera dado ganas de partirle la boca en dos. Ahora era Viole la que esquivaba el momento. – ¿Qué hacés en el tren? – Cuasi monosilábico, como estaba desde que Violeta había vuelto con Martín, no cambió su estilo para responderle - Viajo- Desenrolló los cables y se encerró en “su” música. No había corrido ni una canción entera, pero el tren tardó mucho en Belgrano. A pesar de que para Violeta ese -el tren- era su lugar, donde podía pensar, crear, en ese momento no podía, algo estaba captando su atención como pocas veces. Santi tenía una mariposa en el hombro, -y le queda tan bien-. Quiso prenderse un cigarrillo, se acordó de la vez que Julia, la femme fatale del grupo de secundaria, le dijo que no hay nada más sexy que una mujer fumando. Se acordó también de su alergia y se rió sola buscando complicidad. No la encontró. Santi estaba en otra. La mariposa seguía donde siempre, aunque Viole la sentía en otro lado. A penas se movía en el hombro extenso y alto de Santiago, y corría de la garganta al corazón y de un pique daba vuelta entera al estómago de Violeta. 

abril

Me aturde un poco tu silencio constante, tu silencio presente que te nombra y vuelves. Tu silencio apagado y fuerte, tu silencio alcahuete me aturde siempre.
Se cuela por las rejas abiertas de mi mente, tu silencio pausado, y se duerme la siesta en mi dolor caliente.

Hablemos sin saber. Hoy: Imaginarios en torno a las personas que habitan Plaza Flores


INTRODUCCIÓN

En el siguiente trabajo abordaremos los imaginarios y las construcciones de sentido común de comerciantes de Flores en relación a la seguridad y el pasado en torno a la plaza Pueyrredón. El trabajo se desarrolla en el marco de una serie de cerramientos a otras plazas de la zona.
Como puntapié al desarrollo de las entrevistas y a su posterior estudio nos hemos planteado una serie de preguntas que, lejos de cerrar la discusión, buscan abrir el análisis acerca de la construcción del sentido común.
“¿Cómo se piensa la plaza ahora en relación al pasado? y ¿se hace referencia a diferencias entre épocas anteriores y la actualidad en cuanto a la ‘inseguridad’?” Son preguntas que marcaron implícitamente el relato a lo largo de las entrevistas. También tratamos de abordar la temática de la seguridad, en relación a experiencias personales o de allegados, y la incidencia de la agenda mediática en los discursos de los entrevistados. Por último tratamos de vislumbrar el rol que, según los entrevistados le cabe a la policía.

dosmilsiete, abril veinticuatro

qué onda yo
qué onda él
qué onda nos
onda que
onda sí
onda no
no va la onda
no voy yo
no va él
no vamos nos
nos vamos nos
me voy yo
se fue él
y no volvió
y lo esperé
y no volvió
y me cansé
apareció
y me dejó
y lo dejé
y nos dejamos

de la nada, nada

y veo como se desploman con un golpe seco, los corazones rotos en el suelo.

lembranças

ese espacio, antes de bajar las escaleras, al lado del balcon, desde donde se ve la ventanita del pequeño altillo que solia ser mi cuarto en epocas en las que viviamos los siete en casa.ese espacio, me gusta, siempre me llamo la atencion.siempre quise de alguna manera, hacer del pasillo mi espacio. hasta incluso llegue a tirarme el colchon, esos dias de calor infernal en los que mi cuarto era por momentos impenetrable.
me gusta el olor a pasto recien cortado,
me gusta el olor de la lata de eucaliptus de la quinta, a la mañana siguiente de haberla dejado toda la noche sobre la estufa
me gusta el olor del chocolate,me encanta, pero del chocolate amargo, el de los submarinos

La ciudad como espacio de ausencia y desencuentros

Alerta de bizarro: cualquier ilusión de encontrar otro que sea un nosotros es ya, a esta altura, peligrosa.

El tumulto irrespirable de la calle florida a las trece de un viernes es tan desgastante como mudarse al octavo sin ascensor. Entre el puesto de florería y la boca del subte hay diez pasos de tres minutos cada uno. Hay tanta gente y una tan sola.
Carlos Pellegrini: paf, hombro derecho, paf intento de manotearte la cartera, paf paf paf paf. De repente tomás conciencia -sin querer queriendo- de que te quedaste estancada en la odisea de encontrar una combinación. “Disculpe no me...”paf “Disculpe no me dice” paf “…no me dice” paf. Mirar, mirar esas sombras negras y rojas que se mueven a velocidad de la luz y tratar, sólo tratar, de parar es –además de imposible- angustiante.



Los hechos
No es noticia ya, que la ciudad está llena de gente, gente que va y viene, que se encuentra, que está con otros, que charla, que baila, que disfruta, pero sola. ¿No es una paradoja disfrutar solo? Estar rodeada de desencuentros, de personas que hablan y no escuchan, que están con otros y están tan solas en su mundo, que es un mundillo adentro de otros, pero tan lejos, y tan solo ¿No es acaso frustrante? Lo es para mí, y más, cuando al desencuentro lo asocio y lo veo estrechamente ligado a la ausencia; como si fuera ésta la que en un punto no me permite encontrarme, en la ciudad, en alguien.

no le llegaba a las caderas cuando todavía me hacía el mejor arroz con leche y canela

-¿qué dice en el cartel yaya?
-prohibido tirar cuetes en el ascensor
me quedé pensanso unos segundos
-¿por qué la gente no se puede tirar pedos en el ascensor?


porque cuando te extraño sólo me hacen sonreir recuerdos como este
y ahora, te extraño tanto

in memoriam

la cama de los conejos se vació de conejos
pero yo sigo siendo una manzanita

gracias por tantas risas y sonrisas

Imperfecto del Subjuntivo

Acaso vos,que sos tan hombre como mujer soy yo,¿nunca te preguntás por lo que no fue? ¿Qué hubiese pasado si...? El tiempo es imperfecto, como nosotros; y el tiempo también es pasado, pero nosostros somos presente, presente quebrado.

El subjuntivo es el modo de la irrealidad, expresa deseo y posibilidad. El subjuntivo es un modo optimista y tiene esperanza: la posibilidad de la irrealidad y el deseo.

El pasado es inmutable, pero no tu corazón. Tu corazón es futuro y prometedor.

hilos

tengo antojo de hambuerguesa y deberia estar durmiendo hace una hora
también debería estar -mínimo- haciendo algo productivo, y sólo se me ocurre escribir, y ni siquiera un ensayo.

manias o mañas?

nuevo TOC: justificar todos los textos



pd."Presume de tus fans" sos patetico

Cerca de una casona, de las que quedan por el SOHO

Ese olor a fluido manchester que le hacía acordar al verano y a la galería. No sé, habrá gente que recuerde más sabores, o imágenes, pero en Juana los olores eran marca registrada. No sabía bien de dónde venía, pero tampoco quería que se vaya. Era un olor fuerte y cerrando los ojos podía escuchar las hojas arrastradas por el escobillón a mejor vida. Nunca había entendido por qué Rosa no las tiraba en una bolsa, simplemente se las regalaba al viento y Juana, adoraba que se formaran remolinos medianos de hojas y pasto recién cortado. Ese era otro olor de su infancia, el pasto recién cortado, a penas si se acordaba del ruido molesto a las ocho de la mañana del tractorcito podador, pero qué lindo, levantarse con ese olor a naturaleza viva. Y de más chica le fascinaba además que lloviera a la noche y que ya de madrugada la alfalfa, que reposaba detrás de su ventana, ficara cheirosa, como decía la Luisa.

el comienzo

te espero donde siempre, cuando se juntan mi amor y tus ganas, a la hora acordada dos inviernos atrás

Así comenzó Juana su carta de despedida, de un amor que comprendía, nunca iba a empezar. Por alguna razón lo seguía queriendo, porque quiérase o no sólo él la inspiraba.

No le contaba a nadie, pero de vez en cuando bajaba dos paradas antes y caminaba cinco cuadras de más. Encontrarlo o no jugaba de excusa, y para escribir todas son buenas.

mi bien

O dia enteiro eu só quero vadiar,
e a noite enteira só te amar.
Com o sol da manha acordar entre você.

Deitar sozinhos até esquecer o tempo,
até lembrar do vento,
até que a chuva sair e o sol acabar.

Meu amor, meu bem,
já não preciso mais,
se é demais que você me ama

un perfectible

Y ahora hay graffitis donde estaba tu reflejo, y el banco mojado en lugar de tus besos. Escribió desordenada en su desprolija mente al son de un ya no te espero, tampoco te sueño. Caminó por Serrano hasta que se hizo Borges, entonces siguió por Thames y se largó a llover.

Hacía ya dos años desde la última vez que por casualidad lo había cruzado en plaza San Martín camino a Retiro. Nunca había entendido qué los había apasionado, todo tan intenso, todo tan rápido. El fue su “primer amor de cama”. Ella un número más en la lista de él, uno importante, siempre le hacía saber. No sabía tampoco qué la había llevado a enojarse tanto y decirle de frente y tan falta de tacto no sos más que un pedante, incapaz de querer a nadie. Y él, siguiendo el guión de García Marquez osó retrucarla de manera imbécil uno viene al mundo con sus polvos contados, y los que no se usan por cualquier causa, propia o ajena, voluntaria o forzosa se pierden para siempre. Ella no atinó a darle vuelta la cara de una cachetada porque él fue más rápido, la apretó contra su cuerpo y la besó. Se fue impune y desde ese día no hablaron más.

Juana no entendía qué lo hacía irresistible y cómo podía odiarlo y quererlo tanto, todo al mismo tiempo. No había salido prevenida, a la vida, y si la agarraba alguna lluvia, feliz se empapaba. Pero hacía rato que las tormentas no paraban. En Guatemala volvió a Borges y entró a El Preferido. Nunca habían ido juntos pero ambos lo frecuentaban. Se decidió por el almacén y pidió una milanesa con fritas. Para una niña bonita y un poco triste antes le marcho una tortilla, le dijo cordialmente José, como acostumbraba, y le abrió una Sprite.

La lluvia ya había parado así que caminó hasta la estación, sacó boleto y se sentó a esperar su tren. Había mucha gente y aún se sentía sola. Distinguió los zapatos, y más que eso la forma de caminarlos. Hoy volví a la plaza donde una vez nos encontramos. Ya no había árbol de palta, ni ese olor a faso lejano. ¿Fumás? le preguntó.

Y así eran ellos, como las luces que juegan en los rieles, que en las sombras se mueren y en el sol renacen, que en el espanto de perderse se encuentran y enfrentan adversidades, como las sombras, como los trenes.