Abrí la valija para ponerme una bikini en el baño y adelantar el trámite del mediodía en el mar. Pero me encontré sin abrigo. La esperanza del calor playero me hizo olvidar lo frigorífico que pueden ser a veces los aeropuertos.
No hay un hueco sin ventilación helada. Ni un asiento. Ni un café.
No sé qué temperatura hace afuera, del otro lado de las puertas automáticas. No pienso pararme a averiguarlo. Cuanto más bollito me hago menos frío siento y creo que voy a contorsionarme hasta las últimas consecuencias: quedarme dormida, no escuchar el despertador, perder a Silvia.
Si tan solo se pudiera dormir con frío. Miro el reloj y vuelvo a mirarlo y compruebo inútil que el tiempo no pasa, o por lo menos, lo rápido que quisiera.
Decidimos venir así, separadas, para aprovechar las millas acumuladas de trayectos anteriores. Solo quedaba un vuelo disponible para que eligiera: el de las 4 am. Por supuesto no dormí antes por miedo a quedarme dormida y no llegar al Aeroparque. Y tampoco estoy durmiendo ahora con el sueño que tengo.
Reviso de nuevo la valija y en un rapto de desesperación me armo con lo que tengo un abrigo digno de un hippie y qué me importa a esta altura parecerlo. Me pongo primero un pareo en las piernas; una toalla en el cuerpo y dos remeras abrigando el cuello. Saco además una pila de ropa y la acomodo, a modo de almohada, al final de un banco -que en realidad no es un banco sino tres asientos juntos aunque separados por el apoyabrazos. pero nada, a esta altura, va a impedirme el sueño.
Me dispongo en total ridículo a dormir un rato. Sigo con mucho frío pero me pesa la cara del cansancio así que pongo el despertador y dejo el celular bien pegado al pecho para escucharlo sonar.
Siento como el cuerpo deja de resistirse a todo y justo en el momento exacto que cierro los ojos sin esfuerzo y abro levemente la boca para empezar a babear me vibra el teléfono.
Cómo puede ser si no tengo señal, pensé. Pero parece que sí, parece que el celular, “smart” -hasta ese día pensé que el smart era por la elegancia- recordaba la clave del wifi de otro paso por el mismo aeropuerto.
Un mensaje de Instagram. Porque por supuesto que abrí los ojos y chequié qué era lo que hacía mover el aparato. Confieso que en un principio desistí, fingí no ser la adicta al celular que soy. Un minuto me duró. Ni si quiera puedo decir con certeza que fueron 60 segundos.
Un mensaje de Instagram que era una reacción una historia que subí antes de meterme al avión. Qué desgracia las notificaciones.
Enseguida le saco el wifi al celular y me anoto en la mente un recordatorio para sacar también las notificaciones.
Voy a dormir. Es mi momento. Quedan dos horas hasta que llegue Sil.
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