Pagamos por la vista nocturna llena de estrellas.
Pagamos por acostarnos y ver por la ventana el cielo negro salpicado de puntitos blancos de neón.
Pagamos pero el vidrio está sucio y las lámparas de los vecinos prendidas.
Llevo la almohada hasta los pies de la cama y me quedo corta así que llevo también la almohada de Juan y ahora, elevada, encorvada, con la espalda torcida y el cuello que me va a doler mañana veo por fin, doblando la cabeza a la izquierda, una estrella enorme por la ventana lateral.
No sé si titila o si yo pestañeo muy rápido.
No sé si se apaga de golpe a cada segundo y se enciende al ritmo del latido de mi corazón caminando a 4500 metros de altura.
Hago un esfuerzo y mantengo los ojos abiertos y firmes
entonces los párpados me pesan del cansancio y del vino.
Giro la cabeza a una posición recta y veo por la otra ventana un cielo oscuro.
Adivino algunos puntos brillantes y no sé si son estrellas o solo me confunde mi miopía borracha.
Pienso de nuevo en lo sucias que están las ventanas, en que tendría que haber pedido algo para limpiarlas y ver de noche más estrellas que manchas blancas de polvo viejo y salitre.
Sueño
Y me despierta un fuego de luz en la cara porque por supuesto para eso también pagamos.
Pagamos para vivir la experiencia del sol norteño abriéndonos los ojos como un despertador. Y es una tortura porque qué despertador no lo es.
Pagamos por un desayuno de café batido con leche entera y tostadas del pan francés que quedó de ayer con meremelada de durazno de segunda marca. De campamento sin dormir en carpa.
Pagamos y la televisión está prendida en el comedor común, a todo volumen, y transmite el día del trabajador en La Habana, Cuba.
Me concentro para escuchar la voz de Castro pero el reproche de una tilinga anti Latinoamérica llega primero a mi cabeza.
Tilcara: del vocablo tiaykachay, hacer uno como que se sienta o descansa
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