Noventa grados


Veo girar el tambor y siento cómo lentamente se va achicando todo hasta desaparecer. Lo último en irse, intuyo, será el buzo blanco, corto pero pesado. Y lo primero, sin duda, la tanga roja, tan estridente como mínima.

Siento también el calor. El calor sobre el algodón como una sábana recién planchada que te envuelve, suave, a la hora de dormir. La toalla caliente que te abriga en el tramo de la ducha ya cerrada al piso frío del baño en invierno. 

Creo que quiero meterme en la máquina , creo que quiero secarme hasta desaparecer en medio del calor que no quema ni duele y huele al campo de flores que nunca conocí.

Tengo la sensación de estar adentro de un tren. Tiene un ritmo constante y el ruido justo para adormecerme hasta llegar a destino. El movimiento ideal para aflojar cada músculo de mi cuerpo. 

Es un sillón masajeador gigante, de los que hay en los aeropuertos. Ponés monedas, elegís un programa, le das play. Es un cd estimulante. Es un viaje. Siempre es un viaje. Un trayecto. Es el paso, de un estado a otro de un Estado a otro.

Aunque pare. Parar es un momento. Lo constante es mover(se), transformar(se)

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